DOMINGO 18 DEL TIEMPO ORDINARIO
Los textos de la Liturgia de la Palabra para este domingo XVIII, Ex 16,2-4.12-15; Ef 4,17.20-24 y Jn 6,24-35, mantienen la continuidad en torno al tema del pan, la solidaridad y la justicia con el pobre y el hambriento, y el significado de lo que la tradición evangélica, particularmente en Juan, ha denominado como el pan verdadero y el pan de la vida; temática doctrinal que inició el domingo XVI (19 de julio), donde Jesús apareció como un pastor que se preocupa del pueblo abandonado, y que cerrará con el domingo XXII (30 de agosto), en donde se resaltará cómo la maldad del hombre surge de un corazón alimentado por el pecado.
El domingo anterior (XVII), por medio del acontecimiento de la multiplicación de los panes, un hecho profético, se denunciaron las injusticias en contra del pueblo pobre y hambriento, pero se gestaron, al mismo tiempo, actitudes de solidaridad y fraternidad entre la gente. Quedó claro que para Dios lo primero es el hombre y que el culto, las tradiciones y los preceptos pueden esperar, o ser postergados, cuando hay que atender una necesidad tan urgente como el hambre. Insistimos que el mundo produce lo suficiente para que todos coman…, pero sólo será cierto cuando se haga justicia y se viva desde ella.
No obstante este panorama, lleno de esperanza y de novedad, hoy tendremos que hacer una reflexión de frente a una de las facetas de la miseria humana: la dependencia; que, por demás, genera actitudes como el conformismo, el estancamiento, la inactividad y la improductividad. Junto a ello se cuestionará la fe del pueblo y de los individuos, respecto de lo que Dios hace por ellos.
VER
Ricos y pobres, en la mayoría de los países, constituyen las dos caras de una misma realidad: la injusticia social. El análisis que hacía el CELAM en 1978 planteaba el siguiente panorama:
Al analizar más a fondo tal situación, descubrimos que esta pobreza no es una etapa casual, sino el producto de situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas, aunque haya también otras causas de la miseria. Estado interno de nuestros países que encuentran en muchos casos su origen y su apoyo en mecanismo que, por encontrarse impregnados, no de un auténtico humanismo, sino de materialismo, producen a nivel internacional, ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres. Esta realidad exige, pues, conversión personal y cambios profundos de las estructuras que respondan a legítimas aspiraciones del pueblo hacia una verdadera justicia social; cambios que, o no se han dado o han sido demasiado lentos en la experiencia de América Latina (Puebla 30).
Los ricos, los poderosos, las formas de gobierno que dominan, las estructuras económicas y políticas, conservando un mínimo de conciencia y con el fin de justificar la situación privilegiada en la que se encuentran, han creado instituciones de beneficencia, fundaciones con fines altruistas, proyectos de apoyo al necesitado…, que más allá de solucionar de raíz el problema de la pobreza, lo mantienen en un estado de disminución porcentual lenta, inestable e interminable, provocando además un espejismo engañoso del que sólo se obtiene una situación de dependencia absoluta, por lo que hoy, podemos decir que el amor al prójimo constantemente se confunde con múltiples acciones caritativas (sustentadas en lo gratuito) y con el recurrente asistencialismo, en todas sus formas de expresión…, ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres.
JUZGAR
El libro del Éxodo nos presenta a un pueblo que, tras ser liberado de la esclavitud, murmura contra Moisés y Aarón, porque siente que muere de hambre en el desierto; los israelitas han perdido la fe, la esperanza y dudan de su Dios. La crisis los lleva a reclamar lo prometido y añorar el pasado, a costa de su libertad. El rigor del desierto, la carencia de las mínimas “seguridades” y “comodidades” que dejaron en Egipto parece ser el motivo por el cual revientan en una airada protesta contra sus líderes (L. A. Schökel).
Yahvé libera a su pueblo y siempre tomará postura a favor de él, pero el camino a la libertad requiere de un compromiso constante y de un arduo trabajo personal y comunitario, supone renuncias e incertidumbres, que después se aclararán. La verdadera libertad se construye a partir de ideales y valores adquiridos, asumidos consciente y responsablemente. Pero, bien sabemos, que las incertidumbres generan miedos e inseguridades; entonces, habrá quién nos ofrezca, al precio que sea, el placebo que mitiga y calma ese estado de abandono, provocando, así, una dependencia tal, que la gratuidad de las cosas y la facilidad para adquirirlas serán la raíz de la inmovilidad, el estancamiento y la improductividad: Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos (Ex 16,3). Sentados, esperando la muerte y el pan que sacia, pero que no es fruto ni del trabajo ni de la justicia.
Uno esperaría –dice Schökel – que la reacción del Señor contra este amotinamiento fuera de ira, pero su respuesta es serena y pacífica: habrá alimento para todos, todos los días; pero no sólo eso, también habrá algunas disposiciones y mandatos para ver si el pueblo los cumple o no (v. 4). Y en efecto, hay por lo menos cuatro mandatos importantes en el contexto del suministro del alimento: 1. Cada uno debía recoger sólo lo que necesitaba para comer (v. 16); justo reparto de los bienes. 2. Nadie debía guardar para el día siguiente (v. 19): contra el acaparamiento, la acumulación de bienes y la concentración en pocas manos. 3. Reservar el día séptimo como día de descanso consagrado al Señor (vv. 23 y 29); previene la deshumanización del ser humano por su exclusiva dedicación al trabajo. 4. Conservar dos litros de maná como testimonio para las generaciones venideras (v. 33).
Hay asombro en el pueblo, saben que deben cambiar su forma de pensar, de ver las cosas y su forma de proceder: ¿Qué es esto?, pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: “Este es el pan que el Señor les da por alimento” (v. 15).
El evangelio de Juan (6,24-35) nos narra cómo el pueblo se dirige a Cafarnaum en busca de Jesús y en busca de pan para comer: Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse… (v. 26). Nuevamente el asombro ante el poder, esta vez mal entendido, que provoca en la gente una actitud de conformismo y dependencia; a pesar de las enseñanzas recibidas, no han sido capaces de comprender que el pan no cae del cielo, sino que se multiplica para todos cuando se aprovecha correctamente y se reparte con justicia.
La propuesta de Jesús es concreta y directa: No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna (v. 27). Es decir, no empeñar la vida en conseguir el pan que se obtiene de manera fácil, recibido gratuitamente en la mano por caridad y altruismo; él quiere que trabajemos y que el pan que se obtenga de ello sea fruto de la justicia y la solidaridad, que dure para la vida eterna (v. 27).
¿Cuál es ese pan?: el pan de Dios que da vida al mundo (v. 33), encarnado en Cristo, el Hijo de Dios: Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí no tendrá nunca sed (v. 35).
Además del pan que da sustento a la vida y la nutre, es indispensable, para los creyentes, alimentarse de la Buena Nueva que nutre y sustenta, a su vez, la justicia, la libertad y la solidaridad; este otro pan garantiza la vida eterna, la vida digna de los individuos y el porvenir de los pueblos. La fe en Jesucristo permite que la vida sea fértil y que sus frutos sean perdurables, eternos. Ya recordábamos en otra ocasión lo que el evangelio de Mateo (6,33) nos advierte al respecto: Busquen primero el reino de Dios y su justicia (la vida eterna), y lo demás lo recibirán por añadidura.
ACTUAR
Nuevamente hoy, Pablo, en su carta a los efesios (4,17.20-24), nos da las pautas concretas para actuar conforme a lo propuesto por el evangelio:
Hermanos: Declaro y doy testimonio en el Señor, Dios nuestro, de que no deben ustedes vivir como los paganos, que proceden conforme a lo vano de sus criterios. Eso no es lo que ustedes han aprendido de Cristo; pues ustedes han oído hablar de Él y en Él han sido adoctrinados, conforme a la verdad de Jesús. Él les ha enseñado a todos ustedes a abandonar su antiguo modo de vivir, ese viejo yo, que es corrompido por deseos de placer. Dejen pues que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo, que fue creado a imagen de Dios, en la justicia y en la santidad de la verdad.
Es una denuncia a todas las estructuras que han hecho dependientes a los hombres y que, más allá de sacarlos de su pobreza, se enriquecen con ella, corrompidos por deseos de placer. Saciar el estómago del hambriento no es hacerle justicia; se trata de darle una vida digna, estable, duradera, donde haya pan para todos, todos los días, obtenido con el trabajo justo y solidario.
Nos encontramos, otra vez, con la pedagogía evangélica de la no dependencia, que nos enseña a ser pro-activos y a no quedarnos, como lo pretendía el pueblo del Éxodo, sentados junto a las ollas, junto a las dádivas, junto a lo fácil, junto a la comodidad improductiva que nos hace dependientes…
Mario A. Hernández Durán, Teólogo.