OCTUBRE 30 DE 2016
DOMINGO 31 DEL TIEMPO ORDINARIO
Los textos que hoy nos presenta la Liturgia de la Palabra entrelazan, al menos, dos temáticas: la compasión, o misericordia divina, y la llamada, o elección. En ambos casos encontramos a un Dios que no se fija en la imperfección del hombre ni en su pecado, sino en su dignidad. Dichos textos son: Sab 11,22-12,2; 2Tes 1,11-2,1 y Lc 19,1-10.
VER
Qué privilegiados nos sentiríamos si alguna persona importante, o destacada en la sociedad, sin mayor preámbulo ni protocolos, nos avisara, por cualquier medio, que llegará a nuestra casa a comer e, incluso, a hospedarse; está en gira de trabajo y necesita alojamiento.
Cómo reaccionaríamos, por ejemplo, si decidiéramos ir al aeropuerto a recibir a un personaje importante del cine, o de la política internacional, o del deporte y, al vernos entre la multitud, nos dijera: “Podrías llevarme a mi Hotel, prefiero ir contigo a tomar un taxi…”
Sabemos que esto es poco más que imposible y podemos soñar en ello e imaginar las emociones que podrían aflorar de nuestro ser si eso, realmente, fuera posible. No obstante, las alternativas no se agotan en los acontecimientos extraordinarios. La vida y lo cotidiano ponen frente a nosotros, a veces, situaciones humanas que necesitan de una casa para pasar la noche, de un plato de comida, de una cobija para mitigar el frío, de una taza de café para compartir las preocupaciones o pedir un consejo; gente que prefiere nuestra compañía porque siente confianza, respeto y acogida; porque sabe que no pasaremos por alto sus necesidades.
Tal vez, en alguna ocasión, hayamos salido a buscar y a ver, con nuestra mirada y bajo el influjo de nuestros intereses, a alguien en específico, y, para sorpresa nuestra, nos encontramos que, ese alguien, nos viene al encuentro y nos cambia la jugada, rompiendo con nuestra expectativas: Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa (Lc 19,5).
JUZGAR
El libro de la Sabiduría (11,22-12,2) nos ofrece algunas imágenes de Dios con las que se rompen ciertos paradigmas y nos preparan para comprender, de manera particular, la propuesta que Lucas presenta en su evangelio. El texto nos habla de un Dios distinto respecto de lo que el hombre podría esperar de él: es un Dios compasivo, que no se fija en el pecado del hombre y le da tiempo para que se arrepienta, y lo perdona; un Dios que ama todo lo que existe y lo que ha creado, porque es un Dios de vida y ama la vida. Un Dios presente en todos los seres (11,22-26). Además, el autor nos habla de la pedagogía de Dios y cómo espera con paciencia el caminar y el tiempo del hombre:
Por eso a los que caen, los vas corrigiendo poco a poco, los reprendes y les traes a la memoria sus pecados, para que se arrepienta de sus maldades y crea en ti (12,2).
La fe en Dios surge de haber experimentado el perdón, la misericordia y la bondad que brotan de su mirada misericordiosa; nunca del castigo y de la muerte.
El evangelio de Lucas (19,1-10), por su parte, nos presenta el pasaje de Zaqueo, pintoresco y conmovedor, con ciertos rasgos de humor y matizado con acontecimientos inesperados.
La estatura de Zaqueo es una imposibilidad (física o no) que le impide superar las barreras humanas (v. 3) y apreciar una realidad que “conocía” de oídas pero no de manera directa; tal vez la curiosidad, la necesidad de ir más allá o de estar a la altura de los demás, lo impulsó a salir de su estatus y buscar, del modo que fuera (v. 4), aquello que se antojaba significativo y valioso.
Jesús encarna al Dios que sale al encuentro del hombre y lo busca como tal; un Dios que no mira el pecado, la condición de la persona o el extracto social al que pertenece; que no mide al hombre por su estatura o sus alcances, o que, incluso, lo rechace por sus limitaciones; simple y sencillamente levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa” (v. 5). Para este hombre las cosas cambian de repente y no hay tiempo que perder: Bajó enseguida y lo recibió muy contento (v. 6). Bajó de la apariencia y de las aspiraciones no cumplidas a una realidad a ras de tierra, iluminada por la Palabra que transformaría su historia (me hospedaré en tu casa…).
Lucas, en el versículo 7, nos informa que surgieron rumores a partir del hecho; no es otra cosa que la expresión inevitable, a veces, de la envidia y el rencor: el hombre que estaba atrás y por debajo de todos, ahora es el centro de atención, no sólo del pueblo sino del mismo Maestro.
Zaqueo ha superado un primer límite, pero ahora viene la superación de otro, arraigado en su corazón y en su voluntad, que no le permitía ser libre y pleno: el poder, el fraude y el apego a lo material. La irrupción de la Buena Nueva en su vida y en su historia le ha permitido descubrir la bondad de Dios y la riqueza del amor y la justicia, a tal grado, que recuperando su dignidad, se puso de pie en medio de todos y dijo:
Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más (v. 8).
Jesús, en sintonía con la imagen del Dios que nos presenta el libro de la Sabiduría (12,2), hace evidente que la semilla sembrada comienza a dar frutos:
Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido (vv. 9-10).
Así, Zaqueo se convierte en el paradigma del hombre que se deja tocar por la gracia de Dios y se deja mover por el Espíritu que ha recibido. No debemos esperar a que Jesús nos hable y nos diga bájate, existen muchos rostros en nuestro entorno que nos piden bajar para encontrarnos con ellos y hacerles justicia.
ACTUAR
Dios nos ha llamado a ser santos, y la santidad no se alcanza después de la muerte, se construye en lo cotidiano haciendo justicia, amando, perdonando y liberando al oprimido, al pobre y al olvidado. Dependerá de cada uno vivir escondidos, detrás de los demás y auto-impedidos, o movernos, superar nuestras limitaciones y ponernos de pie ante el Señor y ante el hombre.
Por eso Pablo, dirigiéndose a los tesalonicenses, nos habla también a nosotros:
Hermanos: Oramos siempre por ustedes, para que Dios los haga dignos de la vocación a la que los ha llamado, y con su poder, lleve a efecto los buenos propósitos que ustedes han formado, como lo que ya han emprendido por la fe. Así glorificarán a nuestro Señor Jesús y él los glorificará a ustedes, en la medida en que actúe en ustedes la gracia de nuestro Dios y de Jesucristo, el Señor (1,11-12).
- ¿Cuál es la vocación a la que hemos sido llamados?: Amar y ser felices.
- ¿Cómo?: rompiendo barreras y haciendo justicia.