NOVIEMBRE 27 DE 2016.
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO
Iniciamos, como ya lo habíamos comentado la semana pasada, el Tiempo de Adviento, que nos prepara a celebrar la Natividad de Jesús. Se inicia también un nuevo ciclo litúrgico (“Ciclo A”), animado por el evangelio de Mateo. Los textos bíblicos para este domingo son: Is 2,1-5; Rm 13,11-14 y Mt 24,37-44.
VER
En nuestra vida siempre hay cosas inesperadas y habrá sucesos insospechados que, cuando sucedan, nos dejarán tal vez sin aliento, asombrados, o envueltos en el temor que provoca todo aquello que sale de control y no está en nuestras manos contenerlo.
Nos toca vivir, a veces, tiempos buenos y de abundancia, en contraste con tiempos malos, de escases y de crisis; no siempre el entorno es generoso con nosotros, pero la abundancia de sus bienes siempre está allí para satisfacer nuestras necesidades. Disfrutamos la vida y en ocasiones lloramos la muerte, sufrimos la enfermedad y nos agobia la incertidumbre del mañana y del futuro en general.
Vemos el éxito de algunos y el fracaso de otros; los grandes privilegios que favorecen sólo a unos cuantos y la miseria en la que fenece la mayoría. Pareciera que la naturaleza, o el destino, o, incluso, las circunstancias, hayan hecho una selección de hombres: unos para que gocen y otros para que sufran.
No obstante, a cada uno toca hacernos responsables del presente, el propio y el de todos, sin lamentarnos más del pasado; estar vigilantes y siendo responsables de aquello que nos toca construir hoy, preparando el mañana.
JUZGAR
Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor… También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos piensen, vendrá el Hijo del hombre (Mt 24,42 y 44).
En la visión de los escritores sagrados, bajo el influjo del pensamiento escatológico, en este caso los del Nuevo Testamento (P. ej. Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Pablo…), se albergaba la “certeza” de una inminente “segunda venida” del Mesías, de una parusía diferente y de consecuencias definitivas para los creyentes. Ninguno de ellos tenía la seguridad de cuándo podría suceder, pero consideraban que sería pronto, después de la Pascua, en el momento menos esperado. Se había convertido en una cuestión de fe, por ello, insistían tanto en la vigilancia, en estar listos y preparados para cuando llegase el día, el momento definitivo. Del modo que fuera, las cosas nunca sucedieron como se esperaban.
No obstante, en la espera se había fraguado un ideal y, al mismo tiempo, un estilo de vida centrado en eso: vivir como en pleno día; con honestidad, sin comilonas ni borracheras, sin lujuria ni desenfrenos, sin pleitos ni envidias (Rm 13,13). Es decir, evitando la ceguera que provocan la vanidad, la superficialidad y el egoísmo.
Para nosotros hoy el texto puede sonar distinto, es otra época y otro contexto; no vemos la parusía como la veía la gente de esa comunidad cristiana de los orígenes: para ellos nunca llegó (así como la esperaban), para nosotros en un hecho consumado, que se actualiza en cada acontecimiento de la historia y en la vida de cada hermano donde el Señor se hace presente.
El Adviento no es siempre una nueva espera, sino una conmemoración que nos ayuda a ser conscientes de la presencia de Dios entre nosotros; el Reino ha llegado, lo que hace falta, tal vez, es reconocerlo y hacerlo vida, integrarlo a nuestras propias vidas e historias, personales y sociales. Lo que no sabemos, en cambio, es el día en que alguna circunstancia, algún hecho o una situación cualquiera, ponga en evidencia e interpele el rendimiento de nuestro vivir, la calidad de nuestro amor y los alcances de la justicia que ejercemos; lo que tampoco sabemos es el momento en que nos llegará la muerte y tengamos, entonces, que rendir cuentas ante el Padre. Para esto, precisamente, tenemos que estar preparados, día a día, como si fuera el primero y el último por vivir. Estar o no preparados, conlleva y presupone la responsabilidad respecto de los propios actos y de sus consecuencias (positivas o negativas), sabiendo que eso determinará la elección, o el rechazo de parte de Dios (en este sentido el texto del juicio final de Mateo es claro: Mt 25,31-46).
Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Entonces, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado; de dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y la otra dejada (Mt, 39-41).
Aun así, sin entrar en contradicción con lo anterior, siempre hay algo que esperar… El que reciba en mi nombre a uno de estos pequeños a mí me recibe (Mt 18,5) y, les aseguro que lo que hayan hecho a uno sólo de estos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí (Mt 25,40).
El Reino de Dios viene en camino (incluso a diario) y lo podremos encontrar en los migrantes, en los enfermos, en los despreciados; llega a través del dolor, pero también de la alegría, en la desesperación y en el optimismo de la gente, en el llanto y también en la sonrisa; lo encontramos en la soledad, pero también en la solidaridad, en el silencio y en la escucha…
¿En qué momento nos daremos cuenta de que ese Reino brota realmente entre nosotros y da frutos? Cuando podamos ver lo que dice el profeta Isaías:
De las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas; ya no alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra (2,4).
ACTUAR
Las palabras de Pablo a los romanos son una propuesta de acción:
Hermanos: Tomen en cuenta el momento en que vivimos. Ya es hora de que se despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz (13,11-13).
En este tiempo de Adviento estamos llamados a ensanchar los horizontes de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta cada día con sus novedades. Para hacer esto es necesario aprender a no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque el Señor viene en la hora en la que no nos imaginamos. Viene para introducirnos en una dimensión más hermosa y más grande (Papa Francisco, Angelus noviembre 26/2016).